DE MÓVILES Y MÓVILES

Usted seguramente tiene un móvil.
Un teléfono móvil.
A estas alturas de la historia, ni quiere escuchar que es peligroso ni sabría qué hacer con esa información. No sólo tiene un móvil en forma de aparato sino un móvil en el otro sentido de la palabra móvil: un motivo, una razón para dejar las cosas como están. (Una forma de moverse es esta de seguir la misma dirección que se traía).

Seguramente usted, como yo misma, ha escuchado interesada o desinteresadamente la cuestión de las antenas de telefonía móvil. Y, si ha escarbado un poco, se ha encontrado con una conclusión: que ésta no existe. Después de bucear entre artículos de opinión, resúmenes divulgativos de informes científicos, noticias de periódicos y recomendaciones de algunas organizaciones no gubernamentales de carácter altruista, ésta es mi convicción: que no podría dar nada por seguro. Por eso estoy en contra.

Por ejemplo, ahí tienen el informe Reflex, del año 2004, financiado mayoritariamente por la UE y realizado por 12 grupos de investigación de siete países europeos. Este informe señala que las ondas de radio procedentes de los teléfonos móviles producen daños genéticos y celulares en los trabajos de laboratorio y recomiendan la realización de estudios adicionales para poder llegar a conclusiones definitivas.

Nunca se ha investigado, y en esta falta de estudios oficiales sobre efectos no térmicos de las ondas que emiten aparatos y antenas de telefonía móvil, se basan las legislaciones nacionales y la propia industria (que, por cierto, mueve más de 100.000 millones de dólares cada año), los unos para no legislar en contra, la otra para avanzar sobre los tejados de nuestros edificios. El grito que parece unir a casi todos los gobiernos y a todos los empresarios del sector es siempre el mismo: que no existe ninguna prueba definitiva de los supuestos efectos dañinos para la salud en caso de exposición a la radiación electromagnética que desprenden las antenas.

Sin embargo, el Parlamento Europeo publicó un documento allá por el año 2001 en el que se señalaba, entre otras cosas, que la legislación vigente en los países europeos establecía normas de seguridad por debajo de lo realmente seguro y que la toxicidad de las microondas sobre los genes no puede ser excluida.

Por su parte un número cada vez más importante de estudios y declaraciones de carácter médico y científico, coinciden en hablar de vértigos, mareos, problemas de la piel, insomnios, irritabilidad, aumento del número de casos de cáncer...

De hecho, existe un nuevo síndrome: el “síndrome de las microondas”, caracterizado por fatiga, cefaleas, insomnio, impotencia, palpitaciones, alteraciones de la tensión arterial y problemas cutáneos. Y, al parecer, muchas compañías de seguros excluyen de sus pólizas de responsabilidad civil los daños o gastos de cualquier naturaleza que hayan sido causados directa o indirectamente por los campos electromagnéticos.
Si escuchan bien, hablan los entendidos de los mismos males que la gente de a pie que se ha lanzado a la calle, a los despachos de quienes gobiernan y a la prensa, a denunciar los daños de que se sienten víctimas a causa de las antenas que los bloques vecinos han ido situando en los tejados.

Tres cosas tengo claras después de todo esto .
Una, que sólo la duda de estar causando enfermedad y muerte es un motivo suficiente para evitar la causa por mucho que no existan conclusiones definitivas.
Dos, que lo que sí que existe con absoluta seguridad, son los poderosos intereses económicos que podrían estar actuando para impedir que la verdad se abra camino. (Recuerden ustedes el caso, por ejemplo del tabaco que estuvo durante muchos años en esta misma situación de aquí no pasa nada).
Tres, que debemos y podemos pararlo.

Esta vez es a nosotros, a nosotras, a quien le toca decidir si les damos permiso.

Otro cantar es dar la marcha atrás y deshacer lo hecho.
Pero incluso eso tenemos que intentarlo.
A usted, a mí, a quienes viven aquí enfrente y nos saludan cada día, le pueden estar yendo la vida o la salud en ello.
María
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