AÚN ME QUEDAN LÁGRIMAS ...


La esperanza es sólo un rescoldo escondido cubierto de ceniza y arena.

Pero basta un pequeño soplo de brisa para que vuelva a avivarse. Las llamas se abrazan y trepan por la oscuridad.

Iluminan el destierro y me empujan a seguir adelante


.Cuando regresé despertaba cada día pensando que aún estaba allí, en el Caribe.

Más tarde enterré los recuerdos y rescaté mi corazón que se había quedado en la Isla. Me obligué a ponerlo en otras playas y en otras ciudades blancas y aprendía a escuchar otros ritmos y otras músicas. Cuando esté en mi país se curará la nostalgia, pensaba. Después ya todo fue presente. No había ayer ni mañana, sólo hoy.



El horizonte infinito del desierto es limitado y ya hace mucho tiempo que no trepo a la güera para ver más allá de la arena, más allá del exilio. No más espejismos de oasis placenteros que sólo están allí para engañar a los viajeros poco avezados. No los mires, no son verdad. Y así un día tras otro.


La comida, las cabras, la escuela, mis niños, mi madre…Sobrevive y no pienses, lo que tenga que ser será.


En estas ciudades vagabundas de adobe y lona desteñida, los rumores corren y avivan las brasas. Cierra la puerta y no dejes que el fuego vuelva a consumir tu corazón, me dice la prudencia. Abre y deja que la llamas alumbren este espacio oscuro de la burbuja que tu misma has construido, me dice la esperanza.Perdida en la arena no sé qué debo sentir. Quizás sería mejor no sentir nada.




Ayer hablé con mi hijo. Su voz traviesa llegaba hasta mi desde muy lejos.

Caramelos, ropa, juguetes y helados, viajes y fiestas. Después me pasó a la mujer, mi amiga, que le cuida. Y me encontré dando las gracias sin saber muy bien cómo hacerlo.

Sentí como mi voz se quebraba en un llanto que no podía reprimir.

- ¿Qué te pasa?- me preguntó mi amiga española- ¿Estás enferma?

Intenté disimular y me bebí las lágrimas amargas como el primer té.Después me fui hasta los corrales y recogí las cabras. Tenía que regresar pero mis pasos me llevaron hacia lo alto de la loma. Di la espalda a las haimas y miré hacia occidente.



La brisa cálida del atardecer rojizo me envolvió.Y por fin, después de tanto tiempo, pude llorar ríos de lágrimas que ya no eran amargas. Esta vez eran dulces como el amor y, al mismo tiempo, suaves como una caricia.

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En estos días en que hay noticias que nos animan a la esperanza, recuerdo con más intensidad a algunos de mis amigos.(Francisco Orcajo)

SÀHARAPONENT

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